Amigo Invisible 2013 [ACTIVIDAD]

Fabiola caminaba a paso lento por los pasillos del castillo, todos profusamente decorados para la Navidad. A esas horas de la noche, mientras hacía la ronda de prefectos, se disfrutaba de una calma y una quietud imposibles de sentir con el ajetreo diario de la vida en el castillo. Normalmente, en esas fechas los alumnos volvían a casa para pasar la Navidad con sus familias pero aquel año fue diferente. El Torneo de los Tres Magos -«cuatro», pensó la chica con fastidio- lo cambiaba todo. Así pues, le sentaban bien esos momentos de paz.

Quedaba poco para que su turno terminara. Se cruzó con un prefecto de Gryffindor que le hizo un gesto desdeñoso al ver la serpiente del escudo de su capa. Ella le ignoró poniendo los ojos en blanco. Malditos leones...

Al doblar una esquina del pasillo del cuarto piso, oyó murmullos no mucho más lejos.

-Nox -susurró. Su varita se apagó y ella se quedó quieta. Dejó hasta de respirar para que no la oyeran; le encantaba cazar estudiantes fuera de la cama sin que ellos vieran siquiera lo que se les venía encima. Trató de aguzar el oído para captar algo de lo que decían, pero apenas entendía un par de palabras sueltas.

Cuando las nubes que ocultaban la luna se movieron, un haz de luz se coló entre los altos ventanales. Fue débil y no duró mucho antes de que otra nube oscureciera el pasillo, pero sí lo suficiente como para comprobar que se trataba de dos personas. Avanzaron de repente por el pasillo y ella les siguió: no permitiría que escaparan.

Apresuradamente, llegó hasta la escalinata. Bajó hasta el tercer piso, a donde se dirigían las figuras, y se detuvo confundida al no verlas por ninguna parte.

-Maldición -murmuró. No podía ser que les hubiera perdido la pista... «¿Dónde demonios se habrán metido?», pensó.

Se separó de la escalera y entrecerró los ojos para afinar la vista; no quería encender aún la varita por si estaban cerca. Se dio la vuelta para mirar al otro lado y estuvo a punto de gritar cuando dos personas la agarraron por los brazos.

-Eh... ¡Eh! -dijo uno en voz baja, sonriendo-. No nos conviene que grites.

-¿Creías que podrías cazarnos? -el otro, exactamente igual a él, soltó una leve risita-. ¡Ilusa!

Fabiola suspiró, zafándose de su agarre. Desde luego que había sido ilusa pensando que podría cazar a los gemelos Weasley.

-Es peligroso que andéis por el colegio de noche, sobre todo últimamente -replicó ella sin preocuparse por bajar la voz-. Alguien podría pensar que tramáis algo, y con el Torneo de los Tres Magos en marcha, no es muy recomendable. Venid conmigo...

-Silencius -dijo Fred mientras la apuntaba con la varita. La prefecta quedó enmudecida de inmediato-. No, tú vas a venir con nosotros.

-Te hace falta algo de diversión... -intervino George.

-Y nadie mejor que nosotros para proporcionártela -terminó Fred con una sonrisa.

Fred la agarró de un brazo y George del otro, levantándola en el aire y haciéndole imposible la huida. Fabiola trató de hablar, sin éxito. Se preguntaba qué querrían hacer y a dónde la llevarían.

Los gemelos andaban en absoluto silencio, sin duda gracias a la experiencia que años de gamberradas les habían proporcionado. Se detuvieron en un recodo cercano del pasillo.

-Mira -George sacó una bolsa del bolsillo interior de su capa. La abrió y sacó varios objetos.

-Son fuegos artificiales -explicó su hermano con una malvada sonrisa.

«¿En serio?», quiso decir Fabiola. Movió los labios sin emitir sonido alguno. Frustrada, golpeó el suelo con el pie.

-¡Eh, eh! -susurró George mirando a un lado y a otro.

-Podemos deshacer el hechizo pero prométenos que no nos delatarás. Las consecuencias pueden ser horribles -advirtió Fred señalándola con el dedo. Fabiola no supo decir si iba en serio o no, así que se limitó a asentir con la cabeza con los ojos muy abiertos.

-Finite Incantatem -pronunció George en un murmullo.

-¿Qué pretendéis hacer con eso? ¿Vais a prenderlos ahora? -la chica hizo un gesto de incredulidad mientras miraba la bolsa.

-¿Por qué no? Seguro que no causan mayor alboroto que por la noche -respondió George riendo entre dientes.

Fabiola se quedó mirando a uno y a otro alternativamente, sin decir palabra. Poco a poco, una sonrisa se fue dibujando en su cara.

-¿Dónde los vais a tirar?

-Veo que te gusta la idea -sonrió Fred-. Síguenos.
Sin decir una palabra más, los gemelos se dirigieron de nuevo hacia las escaleras. Fabiola se apresuró a seguirles para no quedarse atrás, pues empezaba a sentir que iba a ser testigo de algo grande.

No se detuvieron hasta llegar al primer piso. Una vez allí, sortearon al mismo prefecto con el que Fabiola se había cruzado antes y buscaron un nuevo escondrijo para ultimar los detalles del plan.

-¿No piensas que a la profesora McGonagall también le vendría bien divertirse? -Fred rió mirando a su gemelo.

-Está demasiado envarada hasta para ser Navidad -asintió éste.

-¿No iréis a...?

-¿Has estado alguna vez en su despacho? -preguntó George.

Fabiola asintió con la cabeza. Había ido una vez para sufrir un castigo, y muchas más para llevarle a rompedores nocturnos de normas... Como esos dos que tenía a su lado.

-Lo tiene tan ordenado... -sonrió al comprender el plan.

-Exactamente -Fred asintió exageradamente con la cabeza. Sacó un petardo de su propia bolsa y la miró-. Los hemos desarrollado nosotros mismos, ¿sabes?

-¿De verdad? -la chica lo cogió, interesada.

-Creo que aún tenemos que mejorarlos pero nos llevará algún tiempo. Queremos probar estos, de momento.

-Quizás el curso que viene tengamos listos los definitivos -añadió George con ojos soñadores.

-¿Quiere hacer el honor de colar uno, señorita? -le ofreció Fred señalando el que ella tenía en la mano.

-Por supuesto -rió la chica en voz baja.

Se dirigieron juntos a la puerta del despacho de la profesora, atentos a cada esquina por si aparecía algún prefecto o profesor. Al llegar, los gemelos sacaron varios más, les prendieron fuego y los colaron bajo la puerta. Fabiola se apresuró a imitarles encendiendo el suyo antes de que explotaran, y los tres salieron corriendo para esconderse en un aula en desuso llena de trastos.

Dejaron una rendija minúscula abierta para poder presenciar la escena y aguardaron conteniendo la respiración. Segundos después, se oyeron varias explosiones simultáneas seguidas por gritos.

Fred y George chocaron las palmas entre risas silenciosas, mientras Fabiola seguía mirando el oscuro pasillo en espera de poder ver algo. De repente, dos prefectos pasaron corriendo ante ellos en dirección al despacho de la profesora McGonagall.

-Ahora viene lo bueno -susurró Fred.

El más alto abrió la puerta y, prácticamente, tuvo que tirarse al suelo junto con su compañero. Como buena bruja que era, la profesora había reducido ya a la mayoría de ellos, pero aún no había acabado con dos que salieron de su despacho a toda velocidad, rebotando envueltos en fuego y chispas de mil colores contra las paredes, el suelo y el techo.

Los tres rieron al unísono al ver salir a McGonagall del despacho a la carrera, en camisón y zapatillas. Tenía el rostro desencajado.

Varios prefectos más, acompañados por Argus Filch y el profesor Flitwick llegaron alertados por el escándalo. El conserje se quedó boquiabierto al contemplar la escena, y un par de prefectos señalaron los fuegos con admiración, sin dar señas de querer ayudar a la profesora.

Al fin, entre ella y Flitwick lograron acabar con los fuegos que quedaban. Tras esto, McGonagall entró en su despacho a toda prisa para volver a salir al cabo de un momento, envuelta en su bata de tela escocesa.

-¿Quién lo ha causado? -preguntó Filch con la cara pálida. Al lado de Fabiola, los chicos se dieron codazos el uno al otro al verlo.

-Créeme que me gustaría saberlo -coincidió Flitwick.

La profesora McGonagall miró a los presentes con gesto severo.

-Esta travesura ha traspasado cualquier límite -dijo con voz fría, todavía un poco conmocionada.

-Desde luego que sí, profesora -se apresuró a asentir Filch-. ¿Quiere que registremos el castillo?

-De poco serviría -McGonagall negó con la cabeza-. Los culpables habrán huido ya de la escena del crimen. Mañana hablaremos con Albus, no merece la pena despertarle por esto.

-Será lo mejor -dijo Flitwick. Con un movimiento de varita hizo desaparecer los restos de pólvora de las paredes-. Creo que deberíamos dejar a algunos prefectos vigilando esta planta por algo más de tiempo...

-No creo que se atrevan a volver. Deberían ser muy tontos para que siguieran rondando por aquí -dijo McGonagall con tono cortante. Los gemelos volvieron a chocar las manos entre risas-. Mejor que vuelvan todos a su sala común, no quiero ver a nadie más fuera de su cama por esta noche.

Tras un pequeño revuelo por las palabras de la subdirectora, los prefectos se retiraron seguidos por Flitwick y Filch. McGonagall fue la última en irse, volviendo a su despacho con cara seria y los labios tensos.

Fabiola y los gemelos esperaron aún un rato para salir de su escondite. La chica estaba emocionada, pues no todos los días podías participar en algo como aquello.

-¿Te lo has pasado bien? -susurró Fred al salir de nuevo al pasillo.

-Genial -sonrió ella-. Tranquilos, jamás os delataría...

-Eso me pareció -George la interrumpió mientras asentía con la cabeza.

-Con una condición -Fabiola se detuvo en seco levantando el índice.

-Te escuchamos -dijeron los gemelos al unísono.

-Que me aviséis para la próxima -terminó ella con una sonrisa a la que los chicos correspondieron a la vez.